Si hiciéramos una encuesta y preguntáramos cuál es la finalidad, el horizonte, la meta del seguimiento de Jesús, nos sorprenderíamos de escuchar las más variadas respuestas. Y es que el mensaje evangélico es claro, pero a veces la interpretación que de él se haga puede variar según las intenciones, gustos o pareceres...
Ayer, durante la celebración comunitaria de la Eucaristía, el sacerdote, en la predicación nos invitaba a trabajar para construir nuestra "morada eterna" en los Cielos (dicha labor aparecía como todo el fin de nuestra existencia).
Una de las grandes fallas de los cristianos es el haber pensado que el fin de nuestra vida es la "santificación personal" o el tema de tener que "ir al cielo". Si bien es una verdad ineludible, el planteo me parece peligroso si ese ansia de "salvación celestial" me hace olvidar lo que vivo en la cotidianeidad...
Si el pensamiento de la "recompensa final" me hace perder de vista que el Reino tenemos que construirlo aca en la Tierra, generando lazos de fraternidad, compadeciéndonos del hermano que más sufre, quemando nuestra vida para que la utopía del Reino se vaya haciendo palpable, concreta, en nuestras estructuras personales, comunitarias, políticas, sociales, económicas, culturales, etc; me estoy olvidando del Jesús del Evangelio.
El seguimiento nos empuja al corazón del mundo. No es "escapándonos" del mundo, o criticando sus modas como vamos a alcanzar la plenitud del Reino, sino encarnándonos en Él y haciéndolo cada vez más humano (más divino...).
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